¿Qué tan difícil es valorar nuestro trabajo?
La respuesta es incierta, depende un poco de nuestra propia sensibilidad, pero también depende de nuestro aprendizaje y de las estructuras que hemos formado a partir de esas experiencias.
Lo cierto es que a través del diálogo y de la conversación podemos enfrentar nuestras ideas y posiciones para, con suerte, poder emerger con un esquema más completo, más claro, y más cercano a la verdad.
Cuando llegué a Valparaíso en marzo de 2018 me topé con una cosa que me pareció muy interesante y reconfortante: luego de los shows o espectáculos de los magos de esta región, era costumbre reunirse para conversar al respecto, dar nuestras opiniones sin importar si estas eran buenas o malas, con el fin único de explorar terrenos desconocidos y apoyar al desarrollo de mago que había presentado.
Esta dinámica me recordó mucho a lo que hacíamos en Valencia, Venezuela, luego de los espectáculos o conferencias organizados por la Sociedad Venezolana de Ilusionismo de Aragua y Carabobo. Cuando finalizaban los shows hacíamos reuniones para hablar al respecto, hablar honestamente y sin tapujos mostraba siempre buenos resultados.
En esencia, la dinámica consta de poner sobre la mesa aquello que nos gustaba, aquello que nos disgustaba, y defenderlo con alguna clase de razonamiento o argumentación. Esta es una dinámica común entre comediantes, de hecho, mi amigo Daniel Imbimbo había rescatado esto de ese mundo y lo había llevado a nuestra sociedad de magos en Venezuela.
Conversar y ser capaces de opinar libremente tiene varias ventajas, la primera es que se genera un ambiente propicio para el aprendizaje, pues ciertas personas tenían opiniones acertadas de las que todos nos beneficiamos, e incluso aquellos con opiniones cuestionables eran puestos en tela de juicio, obligándolos a defender sus posturas para, convencer a los demás, o cambiar de opinión.
En cualquier caso, todos crecemos gracias a estas dinámicas. En Valparaíso esta cultura se me presentó gracias a buenos amigos y colegas, me sentí como pez en el agua tratando de defender mis posturas, que cabe mencionar eran muy distintas a las que tenían los magos de la zona, pues mi escuela, como es natural, era diferente.
Recuerdo que una de las frases más significativas que recibí me la dijo un gran mago y amigo, Emilio Acevedo, mejor conocido como Emilh, quien, una semana después de que yo presentara en el mítico teatro Pata de Cabra en santiago, me dijo:
“Marcus, el showmanship muy bueno, pero la magia, floja.”
Es difícil describir lo que sentí cuando escuché esto. Lo primero fue algo de orgullo, pues en ese entonces mi enfoque particular de cómo hacer magia giraba alrededor del libro “Maximum Entertainment” de Ken Weber, que es un libro enfocado en la vida externa y en aspectos técnicos del oficio de la magia, no era un libro enfocado en la magia en sí misma, sus estructuras y sus reglas.
El comentario de Emilh me llegó en dos partes. Primero me sentí contento pues para mí en ese entonces lo más importante era entretener, ser un showman, alguien a quien el público quisiera, alguien respetado por su capacidad de estar sobre un escenario y dominarlo. Luego de eso empecé a recordar. Recordé con dolorosa claridad que había decidido con plena conciencia, ya hace bastante tiempo, que no importaba demasiado la magia, pues yo la podría sostener si es que era lo suficientemente entretenido.
Obviamente estaba equivocado.
Su comentario, certero y claro, me hizo empezar a revisar mi repertorio, y me hizo ver que la magia que hacía era magia que cumplía con satisfacerme técnicamente y nada más que eso. Elegía la magia en función a que fuese desafiante a nivel técnico, y había perdido el norte que me indicaba cómo diferenciar un buen juego de magia de un mal juego de magia. Todo lo que yo podía hacer era dar apreciaciones técnicas, decir si había tensiones, si estaba algo bien ejecutado, etc, etc.
Ese día deseché todos mis juegos de magia.
No volví a hacer ninguno de los juegos que había presentado en el teatro Pata de Cabra durante muchos años, y me dediqué a reaprender lo fundamental.
En esta zona de Chile vive Juan Esteban Varela, un mago de una gran sabiduría y de una increíble sensibilidad al momento de valorar la magia. También, en Santiago de Chile, vive Ricardo Rodriguez, un alumno directo de Juan Tamariz y Gabi Pareras, quizá el mejor mago de cerca del mundo en mi opinión personal, luego de pasar varios años ya viendo su trabajo y aprendiendo de él.
Gracias a este hermoso grupo de magos de Valparaíso pude acercarme a estas dos figuras, y en mi camino por descubrir una vez más qué era la magia, pude verlos trabajar y charlar con ellos para ver qué era lo que ellos veían que yo omitía.
Ellos tenían también en sí la cultura de la crítica, especialmente Juan. Recuerdo que hacíamos reuniones en su casa donde lo único que hacíamos era mostrarle juegos de magia y luego escucharle hablar sobre ellos. Sus palabras campanadas de verdad, su lógica era sólida, sus argumentos eran muy poderosos. No podías no aprender en un ambiente así.
Los magos de Valparaíso me hicieron reencontrarme con la magia a través de su propio deseo de mejorar. En ellos volví a encontrar esa flama latente que había en los magos de la sociedad donde crecí, la flama propia de aquellos que quieren alcanzar los límites más altos para romperlos, la llama característica de los que tienen hambre de más.
Por eso, les agradezco profundamente.
Hablen de magia, muchachos, honestamente y con la intención de crecer.